lunes, 15 de febrero de 2016

El hijo de Dios

Una de las historias más terribles sobre el caracter de Stalin es la de la muerte de su hijo. La cuenta maravillosamente Milan Kundera en La insoportable levedad del ser (un libro genial pese a que tiene nombre de tostón gordo, que deberíais leer, por placer, por gusto, por aprender, porque no os parecerá pedante, porque no habrá tiempo mejor empleado... en fín, por todo eso que no siempre relacionais con los libros ). Os pongo aquí el fragmento concreto, y ya me direis qué os parece.

"Fue en 1980 cuando pudimos leer por primera vez, en el "Sunday Times", cómo murió Iakov, el hijo  de Stalin. Preso en in campo de concentración alemán durante la segunda guerra mundial, compartía su alojamiento con oficiales británicos. Tenían el retrete en común. El hijo de Stalin lo dejaba sucio. A los ingleses no les gustaba ver el retrete embadurnado de mierda, aunque fuera mierda del hijo de quien entonces era el hombre más poderoso del mundo. Se lo echaron en cara. Se ofendió. Volvieron a reprochárselo una y otra vez, le obligaron a que limpiase el retrete. Se enfadó, discutió con ellos, se puso a pelear. Finalmente solicitó una audiencia al comandante de campo. Quería que hiciese de juez. Pero aquel engreído alemán se negó a hablar de mierda. El hijo de Stalin fue incapaz de soportar la humillación. Clamando al cielo terribles insultos rusos, echó a correr hacia las alambradas electrificadas que rodeaban el campo. Cayó sobre ellas. Su cuerpo, que ya nunca ensuciaría el retrete de los ingleses, quedó colgado de las alambradas. 
 
El hijo de Stalin no tenía una vida fácil. Su padre lo había concebido con una mujer a la que, después, según todos los indicios, asesinó. El joven Stalin era por tanto hijo de Dios (porque su padre era venerado como un Dios) y, al mismo tiempo, réprobo. La gente lo temía por partida doble: podía hacerles daño con su poder (al fin y al cabo era el hijo de Stalin) y con su favor (el padre podía castigar a sus amigos en lugar de hacerlo con el hijo réprobo).
 
La reprobación y el privilegio, la felicidad y la infelicidad, nadie sintió de un modo más concreto hasta qué punto estos contrarios son intercambiables y hasta qué punto no hay más que un paso desde un polo de la existencia humana hasta el otro.
 
Nada más empezar la guerra lo capturaron los alemanes, y otros prisioneros, que pertenecían a una nación que siempre le había sido profundamente antipática por su incomprensible introversión, lo acusaron de ser sucio. ¿Él, que debía soportar el peso del mayor drama imaginable (ser al mismo tiempo hijo de Dios y ángel réprobo), debía ser ahora sometido a juicio, no por cuestiones elevadas (referidas a Dios y a los ángeles), sino por asuntos de mierda? ¿Está entonces el más elevado drama tan vertiginosamente próximo al más bajo?
 
¿Vertiginosamente próximo? ¿Es que la proximidad puede producir vértigo?
 
Puede. Cuando el polo norte se aproxima al polo sur hasta llegar a tocarlo, la tierra desaparece y el hombre se encuentra en un vacío que hace que la cabeza le dé vueltas y se sienta atraído por la caída.
 
Si la reprobación y el privilegio son lo mismo, si no hay diferencia entre la elevación y la bajeza, si el hijo de Dios puede ser juzgado por cuestiones de mierda, la existencia humana pierde sus dimensiones y se vuelve insoportablamente leve. En ese momento el hijo de Stalin echa a correr hacia los alambres electrificados para lanzar sobre ellos su cuerpo como un platillo de una balanza que cuelga lamentablemente en lo alto, elevado por al infinita levedad de un mundo que ha perdido sus dimensiones.
 
El hijo de Stalin dio su vida por la mierda. Pero morir por la mierda no es una muerte sin sentido. Los alemanes, que sacrificaban su vida para extender el territorio de su imperio hacia oriente; los rusos, que morían para que el poder de su patria llegase más lejos hacia occidente; esos sí morían por una tontería y su muerte carece de sentido y de validez general. Por el contrario la muerte del hijo de Stalin fue, en medio de la estupidez generalizada de la guerra, la única muerte metafísica."  Milan Kundera, La insoportable levedad del ser
 
 
 

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